viernes, 24 de junio de 2011

Cibermilitancia y ciudadania


“Cualquier pelotudo tiene un blog”, soltó con maestría José Pablo Feinmann, y tenía razón.
En esa visión de las cosas, que a simple lectura parece más bien un desprecio, hay una buena parte de la realidad: un blog lo tiene (casi) cualquiera, y de ahí su encanto, su dimensión democrática, su potencia como herramienta de discusión política y por lo tanto de contribuir a la transformación.
Feinmann sabe, como sabemos todos, que así como cualquier pelotudo tiene un blog, cualquier pelotudo tiene un libro. Luis Majul, sin ir más lejos, tiene varios.
Lo que puede asustar de las nuevas tecnologías puestas en manos de militantes, es que vuelven la participación una cosa más a la mano, no reservada para especialistas o tecnócratas, ni filtrada por profesionales o burócratas.
Como dice Feinmann: un blog lo tiene cualquiera. Cualquier pelotudo, sí, pero también cualquier convencido, cualquier voluntarioso, cualquier iluminado.
Lo nuevo siempre conmueve y asusta. Pero es innegable la dimensión democratizadora que la “cibermilitancia” implica en sí misma, atendiendo desde ya a determinados límites que tienen que ver con la propia herramienta: no todos tienen acceso a Internet ni a las computadoras. Pero eso no significa que no sea un espacio enriquecedor para pelear incluso por aquellos a quienes hoy les está vedado ese acceso.
La posibilidad de una comunicación entre pares, la chance de un debate que excede los pequeños espacios geográficos, la oportunidad de enriquecerse en el contacto con los otros, la viabilidad para tomar experiencias de otros puntos del mundo y de la región, son propias de este tipo de “cibermilitancia”, y sin dudas contribuyen a que tengamos un rol más activo como ciudadanos.
Especialmente ha explotado una dimensión innegable y digna de ser reivindicada: la lectura crítica, la posición activa como consumidores de medios. Medios que, a su vez, han quedado en evidencia: pertenecen en buena parte a un poder concentrado que ya tiene sus más jugosos negocios no a partir de la venta de ejemplares de diarios o de espacios publicitarios, sino de empresas asociadas dedicadas a otros menesteres, pero que necesitan de la instalación de un discurso político poco menos que hegemónico, una suerte de “realidad innegable”, tal como se instalaron la mayoría de las “verdades reveladas” en los ’90. Un discurso (casi) único.
Frente a ese panorama, la explosión de los medios alternativos, ya sea radiales como en la web, ha resultado un revulsivo saludable. Ahí se está gestando ciudadanía, que es estar atentos, activos y en contacto con los demás; compartir ideas y discutirlas; poner en debate distintas visiones del mundo o de los pagos más chicos.
Lejos de ser la panacea, la cibermilitancia tiene sus propios vicios (como cualquier otra militancia), y tendrá que encarrilar sus objetivos y metodologías. Habrá que separar la paja del trigo, como siempre.
Pero de lo que no hay dudas es de que ha contribuido de manera pujante a gestar nuevos ciudadanos, despojados de la mochila de las “verdades” que los grandes medios pretendieron imponer no sólo en un país, sino en la región e incluso en el mundo.
En ese sentido, el aporte de la Ley de Medios ni siquiera está medido aún: la necesidad de su aplicación completa no es ni siquiera de un gobierno, sino de infinidad de medios comunitarios y alternativos, de organizaciones que de otro modo se ven dificultadas de explicar sus prioridades y difundir sus ideas y acciones.
“La necesidad –resume, por ejemplo, Enrique Orozco en la revista “Crisis”– es de los que apostamos a crear otros modos posibles de intervenir, a decir de otra manera, a buscar más allá de este menú que nos venden como nuevo pero se repite cada día”.
Hoy toda realidad presentada por los grandes medios está en cuestión. Y no hay nada más ciudadano que eso: cuestionar, indagar, dudar, preguntar. Todo eso es intervenir, y desde ya que requiere el complemento de trabajar, proyectar, proponer.
Como sea, lo que aparece ahí en juego es la voluntad política. Así se transforman las cosas: con voluntad política. Y ojalá llegue un día en que –diría Feinmann–, así como cualquier pelotudo tiene un blog, cualquier pelotudo tenga voluntad política. Eso es la democracia.

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